jueves, 1 de marzo de 2018

DESDOBLAMIENTO


DESDOBLAMIENTO

Se siente punzante, doloroso, como un metal helado que llega hasta las entrañas.
Se asoma lentamente a esa ventana, opaca de humedad, y el paisaje le parece un espejismo.
La desnudez de los árboles, la nieve incesante que dibuja arabescos antes de formar esa acolchada alfombra. No parece un paisaje real. Está enlazado a una nebulosa, como si fuera una aurora boreal que envuelve todo y lo traslada al universo astral.
Todo es silencio, soledad. Siente como algo se desprende muy dentro de ella, como si el alma saliera de su cuerpo, atravesara la ventana y se pusiera a andar.
A caminar sin destino, a dejar que los pasos sigan ese presentimiento, que lleguen hasta ese lugar que ella no conoce pero sabe que existe.
El gélido viento la acompaña, como cuando era niña. Siempre fue su compañero y anida en sus oídos como música impregnada de recuerdos.
Esa parte de ella no siente frío, camina sobre la nívea carpeta con los pies desnudos. Sus ojos se enturbian con lágrimas ardientes que derriten los copos de nieve y su boca esboza una hermosa sonrisa.
Siente que levita, que vuela, sus pies tienen alas y su corazón, el galope de un corcel. Se pierde en la espesura de la tarde que se torna en noche, el gris se confunde con los colores que emergen de ese cielo y que la hacen danzar y reír.
De pronto, un escalofrío recorre su cuerpo, siente un golpe muy fuerte dentro del pecho y recupera la conciencia.
Sabe que está allí, frente a esa ventana que le muestra un crudo invierno, siente que viajó en el tiempo, pero al pasar la mano sobre el helado y húmedo cristal, ve como su alma regresa, y se introduce nuevamente dentro de ella.
Se da cuenta que viajó en el tiempo, hacia ese lugar donde la esperanza anida, donde descubrió, que no hay estaciones, que el amor siempre está, en el sol del verano, en la nieve del invierno, en las flores de primavera y en los ocres de otoño. Porque el amor, ese que siente, no se diluye, existe para siempre.
Se encamina lentamente hacia la habitación en penumbras. Deja caer la ropa a sus pies. Solo la cubren unas prendas muy blancas y transparentes que dejan al descubierto el trigal de su pubis y esas areolas rosadas que se dibujan sobre el níveo tul.
Mientras escucha los pasos amortiguados por la nieve, se desliza entre las sábanas carmesí, saboreando el encuentro prohibido, el momento deseado, sintiendo ya el éxtasis latir dentro de ella.
Gira la cabeza hacia la ventana y nota como la nieve se derrite, como los árboles visten de un nuevo verde y la corola de las flores se abre como su vientre.
Entonces siente la calidez de esas manos donde no hay invierno, solo hay pasión y fuego, que enciende la hoguera interior de su cuerpo.

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