jueves, 1 de marzo de 2018

LA CASA DE MIS PADRES

LA CASA DE MIS PADRES
Las golondrinas han emigrado, el verano aún perfuma de azahares el aire, pero la presencia del invierno se perfila en el ambiente. El calendario no se detiene, inexorablemente, como el reloj, desgrana sus días, y así, los años y la vida van pasando.
Cruje la puerta sobre sus goznes oxidados, el picaporte ya no es dorado, ha tomado el color de los años sombríos, de la soledad y el abandono.
Respiro profundo mientras la áspera y pesada puerta recorre trabajosamente el camino. Debe empujar años de polvo, de humedad, de hojas secas que se han colado por ese espacio que era el único por donde un rayo de luz se filtraba y un soplo de aire movía las telarañas.
Un olor acre invade mis narinas, un frío sepulcral escapa rápido, como si hubiera estado agazapado esperando ese día, el día en que esa cárcel de recuerdos volviera a abrir su cansada cancela.
Acomodo la vista en esa oscuridad que penetra mis sentidos, adecúo mis sentimientos para enfrentar los fantasmas del pasado y también intento ajustar mis pasos, para no trastabillar, para no caer derrumbada en lo que una vez fue un hogar.
Todo está igual, solo blanco aterciopelado por el polvo acumulado de tantos años. Ya no hay aroma a comida recién horneada, ya no hay manteles bordados, ni risas de niños, ni abrazos.
Pero pareciera que esos fantasmas aun están entre las paredes, espíritus que aguardaban mi llegada para decirme que aunque no los vea, están allí, como estuvieron siempre. Están esperando para celebrar el reencuentro, para llenar nuestros rostros de sonrisas, para fundirnos en tiernos abrazos, para compartir tantos días lejanos.
Abro la ventana y un gorrión herido me mira con ojos suplicantes. Lo tomo entre mis manos, lo acaricio y pienso que tal vez sea alguien que estuvo allí alguna vez. Deposito un beso sobre su suave pelaje y lo coloco sobre una vieja maceta que, descolorida, aun resiste en el alfeizar de la ventana.
La luz del sol hace danzar partículas de polvo, como si de una nube dorada se tratara.
El jardín es un bosque sin forma, la maleza y la vegetación han hecho su propio camino.
La parrilla aún en el mismo lugar, oxidada de lluvias y fríos inviernos. La miro y recuerdo aquel último día, cuando aún todo era alegría, cuando uno pensaba que allí estarían toda la vida.
Todo está igual, pero diferente, nada falta, solo ellos. Todo está como aquel día en que cerré por última vez la casa de mis padres.

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