jueves, 1 de marzo de 2018

OTRA NAVIDAD

OTRA NAVIDAD
Un nuevo año nos encuentra juntos.
A mí, sentada contemplándote y vos, erguido y majestuoso como siempre.
Somos los mismos, pero diferentes. Un año ha pasado desde que nos vimos por última vez. No hace tanto, pero… ¡cuántas cosas han pasado¡
Como siempre, espero la oscuridad y el silencio de la madrugada para sentarme a contemplarte, a hablarte, a sonreír y llorar mientras tus luces, como pequeñas estrellas, parpadean y parecen contestar ese torbellino de pensamientos que son más veloces que la palabra.
Estamos juntos hace muchos años, pero cada año es distinto. Añadimos un adorno, una luz, pero también vemos con tristeza, que alguno se ha roto y alguna luz ha dejado de titilar.
Comienzo por donde tus ramas son más espesas y tu circunferencia más amplia y sin verlas, imagino las raíces, no de un árbol navideño, sino del mismo árbol de la vida. Porque eso sos, porque en cada rama está suspendido un recuerdo.
De esa cepa y ese tronco, queda una anciana, que, a sus 96 años, no se rinde ante los embates, y quedan las ramas, cuajadas de vida, imbuidas con la savia que tus raíces nos brindaron, savia que contiene honestidad y trabajo, sacrificio y dedicación, respeto y generosidad. Todos esos nutrientes corren hoy por nuestras venas, las venas de tres generaciones que, hasta hoy, nacieron de ese tronco.
Una Navidad más me hace reflexionar en cómo vivimos, a qué dedicamos nuestro trabajo, nuestro tiempo, nuestro esfuerzo. Me gusta sentarme sola en algún café o plaza y observar, escuchar a esos desconocidos que están tan cerca. Desconocidos con los que a veces nos identificamos, otras deseamos nunca parecernos.
Me enamora oír palabras y gestos de amor, miradas cargadas de ternura y emoción.
Me humedece los ojos un niño pequeño que le sonríe a una vida, a un futuro aún incierto.
Me exaspera el egocentrismo de los que miran o hablan desde una invisible plataforma, haciendo alarde de logros, sin darse cuenta que su pedestal se encuentra instalado en arenas movedizas.
Me emociona la gente mayor que camina tomada de la mano, compartiendo un pasado y tal vez, proyectando mucho para un breve futuro.
Cuando las luces de este árbol iluminan un adorno, en él encuentro cada una de estas vivencias, sueños, pensamientos. Cada objeto que lo engalana tiene un nombre, un recuerdo. Unos por la luz que emanan, otros por los años que hace que lo adornan, y muchos porque les he puesto nombre, para recordarlos aún más en esta noche de balance, en esta noche donde agradezco lo mucho que la vida me da, pero donde también hay muchos ¿por qué? que ni yo, ni vos querido árbol, podemos contestar.
Continúo recorriendo tus ramas mientras las lágrimas resbalan por mis mejillas, algunas muy dulces, otras salobres, pero ambas se conjugan, porque en eso se basa nuestra existencia.
Y al llegar a la cúspide encuentro un gran sol que es toda energía, que despliega sus rayos cada día, que acaricia mi alma y me da la fuerza que a veces necesito y siempre, siempre, dibuja en mí una sonrisa.
Así es mi árbol, no tiene adornos, tiene estrellas y sol, por lo tanto, tiene noche y día, oscuridad y silencio, pero también claridad y bullicio, como la vida.
Un año más nos encuentra en el silencio de esta noche, donde doy rienda suelta a los pasados trescientos sesenta y cinco días. Y como cada año, agradezco la familia, el amor, el cariño, la amistad, la compañía, la contención de todos y cada uno de ustedes, de todos los que por una u otra razón, están en mi corazón.
Los ausentes, nunca faltan en mis recuerdos, siempre están presentes. Y todos, unidos por ese lazo invisible que nos rodea, abracemos con alegría y esperanza a esta nueva Navidad y preparemos nuestro espíritu para que el Nuevo Año nos encuentre deseosos de enfrentar nuevos desafíos, de continuar soñando, de proyectar y de alcanzar esas metas que nos propusimos.
Mis deseos en esta madrugada, ante vos, querido árbol, son simples: continuar dando gracias por tanto y por todo, saber pedir disculpas con sinceridad y humildad al comprender mis errores y continuar sintiendo y expresando amor.
También creer, siempre creer, porque muchas utopías pueden hacerse realidad si las deseamos con firmeza. Creer, siempre creer, porque eso nos da una razón para vivir con esperanza en este mundo cada vez más alocado y hostil, más intolerante. Creer, siempre creer, vale la pena, al menos intentarlo. Nada está perdido, mientras la llama de la esperanza esté encendida. Renovemos esa llama esta Navidad.
¡VOS PODÉS! ¡TODOS PODEMOS!
Diciembre, 2017.-

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