sábado, 3 de marzo de 2018

TRESCIENTOS SESENTA Y CINCO DÍAS


El año va llegando a su fin.

Trescientos sesenta y cinco días que decimos:
—¡Qué rápido han pasado!
Pero cuando nos detenemos a pensar…¡Cuántas cosas han pasado!
Mientras me propongo realizar una receta de muffins de arándanos, pienso que siempre, a esta altura del año, me gusta hacer un balance de todas las cosas que ocurrieron. Mientras mezclo y bato me propongo un ejercicio de yoga: intentar desdoblarme, salir de mi cuerpo y recorrer un camino.
Y así, con las manos en la masa, separo mi cuerpo físico de mi espíritu y diviso un enorme cartel que en grandes letras dice PARTIDA.
Me sitúo detrás de la línea blanca y miro esa franja casi recta que se va angostando en el horizonte, y allí comienzo mi caminata.
Decido hacerla lentamente pues recorrer un año de camino en tan solo una hora será cansador y desgastante.
Llevo una pequeña mochila en mi espalda donde voy juntando guijarros a medida que avanzo. El camino no es tan recto ni tan limpio como se ve en la línea de partida. Tiene empinadas subidas y bajadas abruptas, tiene fango y grandes rocas que entorpecen la marcha.
Voy introduciendo piedras por aquellos proyectos que dejé sin intentar realizar, por la enfermedad de un ser muy querido, por alguna mentira que intentó ocultar una verdad, por enojos y agravios que salieron de mi boca sin poder filtrar.
Y mientras mi cuerpo físico ve crecer la masa, ve como sube, como se espesa y pesa, mi cuerpo espiritual que recorre ese largo camino, siente también el peso de esa mochila que me encorva y enlentece mi andar.
Decido sentarme mientras la masa leva y también en mi camino busco la sombra de un añejo árbol para descansar.
Allí recostada, mis manos juegan con las piedrecillas que fueron surgiendo en estos trecientos sesenta y cinco días. Lágrimas de impotencia caen sobre ellas por tantas situaciones que no resolví, por tantos momentos que no compartí, por tantos sentimientos que no fueron puros, por tantos olvidos y por tantas metas sin cumplir.
La masa levó y es hora de ingresarla al horno. 
También mi otro cuerpo ya tomó respiro y vuelve al camino que el año trazó.
Una brisa fresca me recuerda risas, los lindos momentos de la Navidad, las chispeantes burbujas del Año Nuevo en una copa de champagne, brindando felices con esta familia que logré formar. Entonces mi mano arroja una piedra, por esos instantes de dicha total. 
También la alegría de aquel reencuentro con amigos lejanos, frente a una gran mesa llena de manjares, de anécdotas y recuerdos, hacen que otra piedra vuelva a tirar.
Pienso en el momento tan único y especial, cuando vi a mis hijas del brazo del padre su matrimonio consagrar y esa gran fiesta donde para cada amigo había un lugar. Veo la felicidad reflejada en el rostro de mi hijo por esa familia que está por armar.
El día certero que un correo sin destinatario me hizo el regalo de amigos a través del charco.
La oportunidad de aprender y escuchar y de que mis palabras en un libro se puedan plasmar.
Y así, muchos pedruscos salen y ruedan por la pendiente de ese camino que ya llega al final.
El timbre del horno me indica que la hora justa se acaba ya y una bandera a cuadros señala que estoy en la recta final.
Pero falta una noticia antes de alcanzar la meta. Esa que esperaba con tanta ansiedad.
Esa que me llena de renovada energía, que enciende mis ojos al hablar. Si ser madre es conmovedor, saber que voy a ser abuela me hace galopar el corazón.
Me desplomo exhausta después de una hora de arduo caminar. Me inclino en la bolsa que ya no pesa más. Y otra vez las lágrimas brotan sin cesar, porque apenas un par de guijarros quedan por saldar.
Al abrir el horno me sonríen los muffins que levaron mucho y adquirieron el color y textura para saborear.
Miro hacia el cielo azul y ese cuerpo que dejé escapar, que durante una hora transitó el camino de tantos días de lluvia y de sol, vuelve y se introduce, casi sin peso, nuevamente en su lugar.
Entonces respiro aliviada porque lo positivo triunfó en el largo año que me tocó transitar.
Los muchos errores me hicieron recapacitar para intentar no volver a tropezar, los logros afianzaron mi seguridad y los sueños, metas y proyectos volverán a estar.
Deseo el próximo año, al recorrer este camino llamado balance, poder desechar el peso que queda, aunque se con certeza que nuevas piedras ingresarán a mi mochila
Porque el camino de la vida no es llano, no es recto, no es perfecto.
Entonces doy vuelta la bandera a cuadros para colocar nuevamente el cartel de partida, que también tendrá trescientos sesenta y cinco días.



Diciembre, 2014.-


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