VALENCIA ESCRIBE
Hace un tiempo recibí una invitación para participar en un concurso de relatos que debían estar inspirados en alguna canción, de determinado género, el cual nos hacían saber.
Los relatos ganadores pasarían a integrar un libro llamado "RELATOS CON BANDA SONORA", el cual puede adquirirse por Amazón a muy buen precio.
Mi relato "DON JOSÉ" está basado en una historia real, que me aconteció hace ya más de treinta años.
Espero lo disfruten y si compran el libro, estarán ayudando a todos y tantos que vuelcan en sus letras sentimientos, aventuras, amores y desamores y que llenan esas horas de ocio del lector. Mil gracias.
Los relatos ganadores pasarían a integrar un libro llamado "RELATOS CON BANDA SONORA", el cual puede adquirirse por Amazón a muy buen precio.
Mi relato "DON JOSÉ" está basado en una historia real, que me aconteció hace ya más de treinta años.
Espero lo disfruten y si compran el libro, estarán ayudando a todos y tantos que vuelcan en sus letras sentimientos, aventuras, amores y desamores y que llenan esas horas de ocio del lector. Mil gracias.
DON JOSÉ
Nunca supe su nombre. Lo llamaba Don José.
En aquel entonces, con 33 años y un tercer embarazo, veía la vida a través de un cristal luminoso, mis pensamientos estaban llenos de optimismo.
Todas las mañanas, mientras lavaba la vereda, lo veía pasar.
Encorvado, con paso cansino, la mirada baja y los brazos pegados al cuerpo. Pasaba a mi lado, pero nunca levantaba la vista. Invierno y verano usaba la misma ropa, camiseta que alguna vez fue blanca, pantalón agujereado y saco color mostaza. El cabello largo y enmarañado, la barba sucia y desprolija.
Meses y meses la misma rutina. Salía temprano y regresaba, en invierno a medio día y en verano más tarde.
Un día se detuvo y con voz casi inaudible dijo:
—Disculpe la molestia, ¿tendría algo para comer, o alguna ropa en desuso?
A pesar de su aspecto, su voz sonaba cuidada y su vocabulario impecable.
Le dije que esperara bajo los árboles, le ofrecí agua, pero tomó la manguera y bebió de allí.
Fui a la cocina, partí al medio una roseta, la unté con mayonesa, coloqué tomate, jamón y queso. Estaba feliz de que me hubiera hablado y de poder ayudarlo.
Le ofrecí los alimentos y le pregunté su nombre.
Como respuesta recibí una triste mirada, levantó su huesuda mano de uñas negras que apoyó sobre mi hombro y mientras se alejaba musitó:
—Dios la bendiga.
La rutina continuó. Yo preparaba el almuerzo, en verano sándwiches y fruta, en invierno, guardaba guisos de lentejas, estofados y cuando lo veía venir, lo calentaba, para que tuviera algo caliente en el estómago.
El nacimiento de mi hija me impidió verlo unos días. Cuando nos encontramos, observó la panza que ya no estaba y sonrió. Ni una palabra salió de su boca.
—Es una hermosa nena, le dije. Me miró con los ojos velados de lágrimas.
¿Quiere verla?—le pregunté. Negó con la cabeza y se fue.
Lo seguí con la mirada, quería saber dónde vivía. Observé que se adentraba en un descampado.
Al día siguiente, cuando lo vi pasar, tomé el auto y me dirigí al lugar. Grande fue mi sorpresa al ver detrás de un espinoso arbusto, una tapera, realizada con palos, trapos, cartones. Era inhumano vivir así, sobre todo en invierno, donde en esos lugares del sur de mi país, el frío es intenso.
Un día le pregunté si vivía con alguien, si tenía familia.
Nunca contestó, solo me miraba, la mirada a veces perdida en una nebulosa o en recuerdos del ayer.
—Don José, así lo voy a llamar, ya que no quiere decirme su nombre, le dije una mañana.
¿Le gusta o lo cambiamos por otro?
Sonrió, dejando al descubierto una boca desdentada. Tenía heridas en la comisura de los labios y ulceraciones en manos y pies.
Sonrió y como para sí, repitió:
—Don José, Don José…
Un día no lo vi, al otro tampoco, me dirigí a su habitáculo, allí estaba, tiritando, delirando. El olor era nauseabundo. Estaba sucio de orín y de excrementos.
Llamé a la Asistencia Social.
¡Ah! el loco que vive atrás de un matorral, caso perdido.
—Tiene fiebre, deben hacer algo.
—No quiere, ya lo hemos traído otras veces y vuelve a su mugre.
—Por favor, no lo dejen morir así, les imploré.
— Cuando haya un vehículo disponible enviaremos por él.
Pasé al atardecer y aún estaba allí. Le dejé agua, pero el olor era tan fuerte que me impedía acercarme.
A la mañana siguiente ya no estaba.
Semanas después lo encontré, tenía otra ropa, cabello y barba recortados. Parecía más joven.
—Don José, que susto me dio, no puede vivir así, debe hacer caso a la asistente.
Colocó la mano sobre mi hombro, abrió la boca pero volvió a cerrarla y se alejó.
A la mañana siguiente, mientras mis hijos desayunaban, leía el diario.
La noticia sobresaliente era:
“Anciano indigente muere carbonizado” y daba algunos datos que me hicieron saltar el corazón.
Me vestí apresurada y me dirigí al descampado.
Un olor acre, a carne quemada me recibió. Aún humeaban trozos de cartón y mantas viejas. Aún humeaban recuerdos, sueños de un ayer que sin dudas Don José habrá tenido alguna vez.
Dicen que era médico, que se trastornó después de ser acusado injustamente de mala praxis, dicen que tenía familia, dicen que tenía 53 años. Dicen… dicen…
Todos dicen, pero Don José ya no está.
Todos dicen, pero nadie hizo nada. Yo tampoco.
En aquel entonces, con 33 años y un tercer embarazo, veía la vida a través de un cristal luminoso, mis pensamientos estaban llenos de optimismo.
Todas las mañanas, mientras lavaba la vereda, lo veía pasar.
Encorvado, con paso cansino, la mirada baja y los brazos pegados al cuerpo. Pasaba a mi lado, pero nunca levantaba la vista. Invierno y verano usaba la misma ropa, camiseta que alguna vez fue blanca, pantalón agujereado y saco color mostaza. El cabello largo y enmarañado, la barba sucia y desprolija.
Meses y meses la misma rutina. Salía temprano y regresaba, en invierno a medio día y en verano más tarde.
Un día se detuvo y con voz casi inaudible dijo:
—Disculpe la molestia, ¿tendría algo para comer, o alguna ropa en desuso?
A pesar de su aspecto, su voz sonaba cuidada y su vocabulario impecable.
Le dije que esperara bajo los árboles, le ofrecí agua, pero tomó la manguera y bebió de allí.
Fui a la cocina, partí al medio una roseta, la unté con mayonesa, coloqué tomate, jamón y queso. Estaba feliz de que me hubiera hablado y de poder ayudarlo.
Le ofrecí los alimentos y le pregunté su nombre.
Como respuesta recibí una triste mirada, levantó su huesuda mano de uñas negras que apoyó sobre mi hombro y mientras se alejaba musitó:
—Dios la bendiga.
La rutina continuó. Yo preparaba el almuerzo, en verano sándwiches y fruta, en invierno, guardaba guisos de lentejas, estofados y cuando lo veía venir, lo calentaba, para que tuviera algo caliente en el estómago.
El nacimiento de mi hija me impidió verlo unos días. Cuando nos encontramos, observó la panza que ya no estaba y sonrió. Ni una palabra salió de su boca.
—Es una hermosa nena, le dije. Me miró con los ojos velados de lágrimas.
¿Quiere verla?—le pregunté. Negó con la cabeza y se fue.
Lo seguí con la mirada, quería saber dónde vivía. Observé que se adentraba en un descampado.
Al día siguiente, cuando lo vi pasar, tomé el auto y me dirigí al lugar. Grande fue mi sorpresa al ver detrás de un espinoso arbusto, una tapera, realizada con palos, trapos, cartones. Era inhumano vivir así, sobre todo en invierno, donde en esos lugares del sur de mi país, el frío es intenso.
Un día le pregunté si vivía con alguien, si tenía familia.
Nunca contestó, solo me miraba, la mirada a veces perdida en una nebulosa o en recuerdos del ayer.
—Don José, así lo voy a llamar, ya que no quiere decirme su nombre, le dije una mañana.
¿Le gusta o lo cambiamos por otro?
Sonrió, dejando al descubierto una boca desdentada. Tenía heridas en la comisura de los labios y ulceraciones en manos y pies.
Sonrió y como para sí, repitió:
—Don José, Don José…
Un día no lo vi, al otro tampoco, me dirigí a su habitáculo, allí estaba, tiritando, delirando. El olor era nauseabundo. Estaba sucio de orín y de excrementos.
Llamé a la Asistencia Social.
¡Ah! el loco que vive atrás de un matorral, caso perdido.
—Tiene fiebre, deben hacer algo.
—No quiere, ya lo hemos traído otras veces y vuelve a su mugre.
—Por favor, no lo dejen morir así, les imploré.
— Cuando haya un vehículo disponible enviaremos por él.
Pasé al atardecer y aún estaba allí. Le dejé agua, pero el olor era tan fuerte que me impedía acercarme.
A la mañana siguiente ya no estaba.
Semanas después lo encontré, tenía otra ropa, cabello y barba recortados. Parecía más joven.
—Don José, que susto me dio, no puede vivir así, debe hacer caso a la asistente.
Colocó la mano sobre mi hombro, abrió la boca pero volvió a cerrarla y se alejó.
A la mañana siguiente, mientras mis hijos desayunaban, leía el diario.
La noticia sobresaliente era:
“Anciano indigente muere carbonizado” y daba algunos datos que me hicieron saltar el corazón.
Me vestí apresurada y me dirigí al descampado.
Un olor acre, a carne quemada me recibió. Aún humeaban trozos de cartón y mantas viejas. Aún humeaban recuerdos, sueños de un ayer que sin dudas Don José habrá tenido alguna vez.
Dicen que era médico, que se trastornó después de ser acusado injustamente de mala praxis, dicen que tenía familia, dicen que tenía 53 años. Dicen… dicen…
Todos dicen, pero Don José ya no está.
Todos dicen, pero nadie hizo nada. Yo tampoco.
https://youtu.be/0Rpao0OSssw
WE WILL ROCK YOU
(Brian May – Queens)
WE WILL ROCK YOU
(Brian May – Queens)
Buddy you're a boy make a big noise
Playin' in the street gonna be a big man some day
You got mud on yo' face
You big disgrace
Kickin' your can all over the place
Singin'
We will we will rock you
We will we will rock you
Buddy you're a young man hard man
Shouting in the street gonna take on the world some day
You got blood on yo' face
You big disgrace
Wavin' your banner all over the place
We will we will rock you
Sing it
We will we will rock you
Buddy you're an old man poor man
Pleadin' with your eyes gonna make
You…
Playin' in the street gonna be a big man some day
You got mud on yo' face
You big disgrace
Kickin' your can all over the place
Singin'
We will we will rock you
We will we will rock you
Buddy you're a young man hard man
Shouting in the street gonna take on the world some day
You got blood on yo' face
You big disgrace
Wavin' your banner all over the place
We will we will rock you
Sing it
We will we will rock you
Buddy you're an old man poor man
Pleadin' with your eyes gonna make
You…
Brian May quería componer un tema para que el público participara. Esta canción habla sobre la frustración de las personas, sobre que los sueños de niño muchas veces no se pueden cumplir. Es la historia de una persona que no logra alcanzar sus objetivos. Pero también es un canto a la esperanza, a no dejarse vencer, a luchar por los sueños. Me inspiró para relatar esta historia, Don José, que es un hecho real y siempre estará en mi recuerdo.
Esta canción es como un himno, un himno que habla de personas que nunca encuentran el rumbo, de corazones sencillos y sensibles que se han perdido en los laberintos de la vida por diferentes motivos. Pero que sin duda, en algún momento brillará dentro de ellos esa luz de esperanza, de que tal vez el mañana sea mejor, que se disipe la oscuridad y el sol ilumine sus pupilas. Algunos podrán, otros, como Don José, nunca tendrán esa oportunidad. Porque hay un cielo para algunos y un infierno para otros.
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