viernes, 6 de noviembre de 2020

UN COLLAR DE CORALES


Sentada sobre el peñasco más alto, divisaba ese horizonte que se teñía de rojo y convertía en sangre las azules aguas que mecían sus recuerdos.
Sabía  que ya nada sería lo mismo, que el viento la azotaría en su soledad, que el silencio la acompañaría en su deambular, porque esas dulces palabras, susurradas en sus oídos, habían partido, se habían ido empujadas por esas olas que todo lo devoraban, incluso el amor  más sincero y puro.
Sus ojos anegados de lágrimas, tan salobres como las que ese mar arrojaba con fuerza sobre el acantilado, miraban sin ver, pero divisaban esa figura que parecía que se fundía en el ocaso, aunque  el oleaje no dejaba desvanecer.
Y así se sucedieron los años y siempre en el horizonte flotaba ese amor como una nebulosa, como algo tan sublime que ni las olas se animaban a arrastrar a las profundidades.
 Un día, cuando el otoño de su vida teñía de luna sus cabellos, la espuma de ese mar indómito, lo arrojó a la playa, lo dejó a sus pies para que ese amor que nunca naufragó, le ofreciera un collar de corales y una nueva promesa de amor.




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