“Eres aquello que no es mío, pero
te quiero como si lo fueras, aunque seas prohibido”
Un día cualquiera en
cualquier ciudad.
Un museo, como tantos en el mundo, con infinidad de cuadros, de objetos,
de esculturas.
Ella está sentada, en uno de esos tantos
bancos que se distribuyen por las salas para que los espectadores se sienten a
observar con detenimiento las obras de su interés.
Inclina la cabeza sobre el hombro, su mano
trémula y pausada juega sin conciencia con las hebras de su cabello.
Tiene la mirada clavada en alguna parte.
Pero solo hay un hueco de pared entre dos cuadros en la dirección que ella mira
Sus ojos claros, casi transparentes están
fijos, como si una película pasara ante ellos.
Tiene esa mirada sin tiempo, que invita a
dejar volar la imaginación, a rememorar sentimientos, a bucear en momentos
pasados o que vendrán. Su mano
mecánicamente forma un rizo en su cabello e imagino sus pensamientos,
esos que la devoran, que la enamoran.
Aquí adentro, en el claroscuro del lugar,
se quita la armadura para dar rienda suelta a su sensibilidad.
Mirando esa tela, ella sin duda se ve
abandonada al amor sobre la dorada arena de una playa, con su brillante melena
flotando en la brisa marina y su perfecto rostro recostado dulce y suavemente
sobre el pecho fuerte y protector de su amado.
Desearía que este instante durara para
siempre —parece decir, con voz pausada y triste.
—Que la vida nos llevara abrazados,
caminando lento, como el humo que sale de tu boca formando sinuosos senderos.
Sonríe pensando en su amante, platónico y
secreto, ese que la vida le cruzó nuevamente en el camino, aunque sabe que
ahora es prohibido.
Pero ella se aferra a sus sueños de amor y
en su imaginación ve desatadas todas las cadenas, todos los silencios que la
condenan.
Sus ojos denotan ráfagas de amor, de
pasión, de tristeza.
Sus pensamientos vuelan hacia esos
inolvidables momentos de amor compartidos, en la oscuridad de las noches sin
luna o en cualquier lugar propicio para dar rienda suelta a esa voracidad de
amar que los quemaba.
Su boca se entreabre
para quedamente susurrar:
—Amor, aquí me tienes, juntos dominaremos
el mundo, y nada se interpondrá entre nosotros. Secaré tus lágrimas, acariciaré
tu pelo y llenaré de besos cada línea de tu cuerpo.
—Seremos como éstas minúsculas partículas
de arena, inseparables, cálidas al calor del sol, brillantes bajo la luna.
Ella se movió en su asiento. Parecía
hipnotizada, como si no quisiera salir de ese sueño, de ese letargo, que
convertía en posible lo imposible, que la haría vivir libre y feliz como la
escena de ese cuadro.
Sus ojos estaban velados por lágrimas que
se esforzaba en que no se derramaran por sus mejillas.
De pronto, su grácil silueta comenzó a
pararse y lentamente recorrió el largo pasillo de aquel museo donde los colores
y las escenas invitan a soñar e imaginar.
Desapareció, sutilmente velada por el humo
de ese cigarrillo que parecía cobrar vida en la tela del pintor.
Afuera ella se convertía en esa mujer
fuerte que disimulaba la pasión que la devoraba, afuera, ella sin dudas podía
pasar frente a su amante acompañado, con la mirada clavada en un horizonte
lejano.
Afuera…ella llevaba armadura…afuera… ella
era una guerrera.
AGOSTO 2016.-
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