Las sábanas arrugadas, las mantas en el piso. Un girar de
un lado al otro sobre la cama, buscando posiciones, apretando los ojos,
acomodando la almohada.
Estiró la mano buscando la tecla del reloj que la encandiló con su
potente luz rojiza. Las 4 am. Otra noche más de insomnio, otra noche de
demonios sueltos.
Contuvo la respiración y se
propuso pensar en otras cosas, en una película, en un viaje, en un libro, pero
todo lo relacionaba con él, no había forma de sacarlo de su cabeza, no podía
dejar de dar rienda suelta a su imaginación, que la llevaba por corredores
prohibidos, que encendía sus pensamientos más apasionados, pero también más
puros.
Sentía que los demonios que ella misma creaba se multiplicaban, pero que
a pesar de ello la hacían feliz, la hacían sentir viva otra vez. Volvió a
pensar en la palabra AMOR, esa que había quedado atrapada en algún vericueto de
la vida, volvió a pensar en besos y caricias, a sentirse adolescente esperando
un llamado o una carta.
Sus pensamientos eran limpios, sencillos, nada eróticos ni libidinosos,
eran casi platónicos, románticos, como a ella le gustaban.
Pero sabía que eran prohibidos para ambos, que todo lo construido no
podía destruirse y mucho menos con traiciones. Muchos Ángeles los rodeaban, los
cuidaban, los querían, no podían darse el lujo de herirlos o perjudicarlos. Entonces,
cuando pensaba en ellos, se enfurecía con esos demonios que se procreaban en su cerebro.
¿Cómo había comenzado todo aquello? ¿Por qué? Ella, que siempre había mantenido
la cordura, que era ejemplo de lealtad y de fidelidad en todos los sentidos,
ella, que se apoyaba en una sólida columna de sanas convicciones y principios,
había perdido la brújula.
Su dura columna estaba a punto de desmoronarse, debía reaccionar a tiempo,
sostenerla y comenzar el arduo trabajo de volver a enderezarla.
¿Dónde estaba esa grieta por donde él se había “colado”? ¿Dónde estaba ese
abismo que había producido el quiebre?¿No sabía o no quería saberlo?
Su vida era buena, todo lo que había logrado la llenaba de orgullo, pero
nada en la vida es un lecho de rosas, siempre algo se paga, siempre hay una
fisura o un punto débil propicio para que los demonios aniden.
Todo comenzó ese día, en que por
segunda vez en la vida, él le dio la espalda. Entonces esa alegría sana que la
invadía por reencontrar al amigo, se tornó en un torrente incontenible de
emociones que la desbordaron, se quebró y no encontró fuerte la columna que
durante toda su vida había construido. No podía creer en esos pensamientos que se sucedían, no
podía ser ella la que imaginara otra vez esa escena, pero por sobre todo, no
podía ser ella la que desesperadamente deseara que se repitiera.
Quería volver a aquel beso mojado
de lágrimas, a besar aquella boca que le había enseñado el secreto de un beso
de amor, a revivir aquel beso que el tiempo había secado. ¿Era mucho pedir? Sí,
tal vez sí. Llevarlo a cabo era engañar, era traicionar, pero también sabía que
engañaba con el pensamiento y sufría por tantos demonios sueltos que alteraban
su día a día.
Logró aquietarlos en la penumbra de la noche, dormirlos, y también ella
se entregó a ese reparador sueño que tanto necesitaba.
Pero rato más tarde algo la despertó sobresaltada, y sintió lo primeros
síntomas de eso que tan bien conocía: un ataque de pánico o Panic atack como
solía llamarlo, se estaba gestando.
Sintió ese leve temblor en el cuerpo, la humedad de las manos, los pies
helados. Se estiró en la cama y comenzó a respirar lentamente para relajarse,
para no asustarse, porque aunque habían sido frecuentes y estaba acostumbrada,
la sensación de ahogo la perturbaba siempre.
Un, dos, tres, comenzó a contar mientras se esforzaba en respirar, en
llenar sus pulmones de aire, en desacelerar los latidos de su corazón. Y
mientras tanto, mientras el ataque
cumplía su proceso, imaginarse en un lugar tranquilo.
Una playa de aguas turquesa y arenas muy blancas, ella con la mirada
perdida en un lejano horizonte, observando una bandada de gaviotas que alzaban
vuelo salpicando gotas cristalinas sobre su cuerpo. La arena dorada quemaba sus
pies descalzos y ese calor se transmitió en la cama a su cuerpo que temblaba de
frío. Comenzó a sentir el calor nuevamente, su respiración se iba normalizando.
Un, dos tres, como le habían enseñado en yoga. Mantener la calma,
relajarse y dejar que tibios y alegres pensamientos invadan ese momento. Se vio
caminando sobre la playa, el sol de frente la cegaba.
Un, dos, tres, ya casi termina esta agonía y podré volver a dormir
tranquila. El sol quema sus hombros, se detiene a buscar las gafas, se sienta
sobre la arena a buscar caracolas y corales.
De pronto una sombra oculta el sol que la ciega, alguien se agacha a su
lado, le toma con fuerza sus brazos hirvientes, la mira con sus ojos profundos
y le sonríe con increíble dulzura.
Le toma el rostro entre las manos y suavemente deposita sobre sus labios
aquel aletear de mariposas que quedó encerrado en un viejo placar.
Se miran con pudor, pero puede más la vehemencia. Sus bocas se abren al
éxtasis de aquel beso, primero suavemente, luego con pasión irrefrenable, con
dolor, con sabor a fruto prohibido.
Se abrazan sobre la ardiente arena, tan ardiente como ellos. Entonces
ella recuerda, aquel día, en aquel museo, cuando se imaginó esa escena, pero
que aún no tenía rostro.
Se miraron con tristeza y volvieron a sellar sus labios con toda la
fuerza de ese volcán cuya erupción ya no se podía detener. Ella colocó su
cabeza en el nido de su cuello y sintió el latir de sus venas, la presión de
sus dedos sobre su piel desnuda y se abandonó a ese momento, a ese instante que
le regalaban sus demonios.
Un, dos, tres, ya está, esta vez parece que duró más. Duró esas
veinticuatro horas que ella deseaba
tener con él.
Solos, sin espacio y sin tiempo, sin miradas maliciosas, sin mentiras.
Veinticuatro horas para responder mil preguntas, para descifrar el porqué, a
esa altura de sus vidas, se habían encontrado y sin querer avanzaban hacia una
historia que como él dice, tal vez nunca tuvo final.
Es un deseo utópico, algo que nunca se hará realidad, porque la realidad
de ambos es otra, rodeada de Ángeles, lejos de los demonios.
Pero antes de regresar al mundo real, volvió a besar aquella boca hasta
sentir la miel, el palpitante temblor de sus labios, el sabor de su sangre. Y
entonces se durmió, como también se durmieron esos fantasmas, esos diablillos
en su mente. Y soñó con esos maravillosos Ángeles que la protegen.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario