lunes, 26 de noviembre de 2018

¿ÁNGELES O DEMONIOS?


Las sábanas arrugadas, las mantas en el piso. Un girar de un lado al otro sobre la cama, buscando posiciones, apretando los ojos, acomodando la almohada.

Estiró la mano buscando la tecla del reloj que la encandiló con su potente luz rojiza. Las 4 am. Otra noche más de insomnio, otra noche de demonios sueltos.

Contuvo la respiración  y se propuso pensar en otras cosas, en una película, en un viaje, en un libro, pero todo lo relacionaba con él, no había forma de sacarlo de su cabeza, no podía dejar de dar rienda suelta a su imaginación, que la llevaba por corredores prohibidos, que encendía sus pensamientos más apasionados, pero también más puros.

Sentía que los demonios que ella misma creaba se multiplicaban, pero que a pesar de ello la hacían feliz, la hacían sentir viva otra vez. Volvió a pensar en la palabra AMOR, esa que había quedado atrapada en algún vericueto de la vida, volvió a pensar en besos y caricias, a sentirse adolescente esperando un llamado o una carta.

Sus pensamientos eran limpios, sencillos, nada eróticos ni libidinosos, eran casi platónicos, románticos, como a ella le gustaban.

Pero sabía que eran prohibidos para ambos, que todo lo construido no podía destruirse y mucho menos con traiciones. Muchos Ángeles los rodeaban, los cuidaban, los querían, no podían darse el lujo de herirlos o perjudicarlos. Entonces, cuando pensaba en ellos, se enfurecía con esos demonios que  se procreaban en su cerebro.

¿Cómo había comenzado todo aquello? ¿Por qué? Ella, que siempre había mantenido la cordura, que era ejemplo de lealtad y de fidelidad en todos los sentidos, ella, que se apoyaba en una sólida columna de sanas convicciones y principios, había perdido la brújula.

Su dura columna estaba a punto de desmoronarse, debía reaccionar a tiempo, sostenerla y comenzar el arduo trabajo de volver a enderezarla.

¿Dónde estaba esa grieta por donde él se había “colado”? ¿Dónde estaba ese abismo que había producido el quiebre?¿No  sabía o no quería saberlo?

Su vida era buena, todo lo que había logrado la llenaba de orgullo, pero nada en la vida es un lecho de rosas, siempre algo se paga, siempre hay una fisura o un punto débil propicio para que los demonios aniden.

 Todo comenzó ese día, en que por segunda vez en la vida, él le dio la espalda. Entonces esa alegría sana que la invadía por reencontrar al amigo, se tornó en un torrente incontenible de emociones que la desbordaron, se quebró y no encontró fuerte la columna que durante toda su vida había construido. No podía creer  en esos pensamientos que se sucedían, no podía ser ella la que imaginara otra vez esa escena, pero por sobre todo, no podía ser ella la que desesperadamente deseara que se repitiera.

Quería volver  a aquel beso mojado de lágrimas, a besar aquella boca que le había enseñado el secreto de un beso de amor, a revivir aquel beso que el tiempo había secado. ¿Era mucho pedir? Sí, tal vez sí. Llevarlo a cabo era engañar, era traicionar, pero también sabía que engañaba con el pensamiento y sufría por tantos demonios sueltos que alteraban su día a día.

Logró aquietarlos en la penumbra de la noche, dormirlos, y también ella se entregó a ese reparador sueño que tanto necesitaba.

Pero rato más tarde algo la despertó sobresaltada, y sintió lo primeros síntomas de eso que tan bien conocía: un ataque de pánico o Panic atack como solía llamarlo, se estaba gestando.

Sintió ese leve temblor en el cuerpo, la humedad de las manos, los pies helados. Se estiró en la cama y comenzó a respirar lentamente para relajarse, para no asustarse, porque aunque habían sido frecuentes y estaba acostumbrada, la sensación de ahogo la perturbaba siempre.

Un, dos, tres, comenzó a contar mientras se esforzaba en respirar, en llenar sus pulmones de aire, en desacelerar los latidos de su corazón. Y mientras  tanto, mientras el ataque cumplía su proceso, imaginarse en un lugar tranquilo.

Una playa de aguas turquesa y arenas muy blancas, ella con la mirada perdida en un lejano horizonte, observando una bandada de gaviotas que alzaban vuelo salpicando gotas cristalinas sobre su cuerpo. La arena dorada quemaba sus pies descalzos y ese calor se transmitió en la cama a su cuerpo que temblaba de frío. Comenzó a sentir el calor nuevamente, su respiración se iba normalizando.

Un, dos tres, como le habían enseñado en yoga. Mantener la calma, relajarse y dejar que tibios y alegres pensamientos invadan ese momento. Se vio caminando sobre la playa, el sol de frente la cegaba.

Un, dos, tres, ya casi termina esta agonía y podré volver a dormir tranquila. El sol quema sus hombros, se detiene a buscar las gafas, se sienta sobre la arena a buscar caracolas y corales.

De pronto una sombra oculta el sol que la ciega, alguien se agacha a su lado, le toma con fuerza sus brazos hirvientes, la mira con sus ojos profundos y le sonríe con increíble dulzura.

Le toma el rostro entre las manos y suavemente deposita sobre sus labios aquel aletear de mariposas que quedó encerrado en un viejo placar.

Se miran con pudor, pero puede más la vehemencia. Sus bocas se abren al éxtasis de aquel beso, primero suavemente, luego con pasión irrefrenable, con dolor, con  sabor a fruto prohibido.

Se abrazan sobre la ardiente arena, tan ardiente como ellos. Entonces ella recuerda, aquel día, en aquel museo, cuando se imaginó esa escena, pero que aún no tenía rostro.

Se miraron con tristeza y volvieron a sellar sus labios con toda la fuerza de ese volcán cuya erupción ya no se podía detener. Ella colocó su cabeza en el nido de su cuello y sintió el latir de sus venas, la presión de sus dedos sobre su piel desnuda y se abandonó a ese momento, a ese instante que le regalaban sus demonios.

Un, dos, tres, ya está, esta vez parece que duró más. Duró esas veinticuatro horas  que ella deseaba tener con él.

Solos, sin espacio y sin tiempo, sin miradas maliciosas, sin mentiras. Veinticuatro horas para responder mil preguntas, para descifrar el porqué, a esa altura de sus vidas, se habían encontrado y sin querer avanzaban hacia una historia que como él dice, tal vez nunca tuvo final.

Es un deseo utópico, algo que nunca se hará realidad, porque la realidad de ambos es otra, rodeada de Ángeles, lejos de los demonios.

Pero antes de regresar al mundo real, volvió a besar aquella boca hasta sentir la miel, el palpitante temblor de sus labios, el sabor de su sangre. Y entonces se durmió, como también se durmieron esos fantasmas, esos diablillos en su mente. Y soñó con esos maravillosos  Ángeles que la protegen.



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