miércoles, 7 de noviembre de 2018

¿SUEÑO O REALIDAD?



Despertó más temprano que de costumbre. El cuerpo entumecido, dolorido. Pasó sus dedos sobre los labios y notó que ciertamente estaban hinchados, lastimados.
¿Había dormido mal o ese sueño que parecía tan real la había afectado?
Se encaminó hacia la ducha, su camisón de satén resbaló suavemente sobre su cuerpo y cayó a sus pies, dejando al desnudo su cuerpo armonioso y aún joven.
Se introdujo bajo el agua caliente y una sensación de plenitud la recorrió.

Salió del trabajo apurada, deseaba pasar a comprar un libro que le habían recomendado pero que sabía estaba casi agotado. Ya en la librería hurgaba los anaqueles en busca del preciado tesoro cuando sintió una fuerte punzada en la nuca. Quedó inmóvil, casi sin aliento.  Después de unos segundos giró la cabeza y se encontró de frente con unos penetrantes ojos que no dejaban de mirarla. Sus miradas se cruzaron y un relámpago cruzó  entre ellos. Mayra  se estremeció y viró nuevamente en búsqueda del libro.
Pero ya no podía concentrarse, esa mirada la había paralizado, había adormecido sus sentidos. Nunca había sentido nada igual. Se volvió para encontrarlo, pero ya no estaba.
Regresó a la calle como una autómata, no podía dejar de pensar en esos ojos, en esa sonrisa, en la carnosidad de esa boca que encendía el deseo. Un deseo que en ella había desaparecido hacía tiempo o tal vez, nunca había existido.
La noche se había instalado y una luna radiante brillaba con todo su esplendor. El parque, ya casi dormido a esa hora, dejaba jugar  los rayos entre el nuevo follaje de la incipiente primavera. El césped aún  tenía un colchón de ocres y doradas hojas y los jazmines desplegaban su penétrate aroma.
Se distrajo ante el silencio y la noche estrellada y sintió que su cuerpo se relajaba.
De pronto, sentado en un banco de esa hermosa plaza, lo vio. En la penumbra sintió su mirada y esa cautivante sonrisa en su cara.
No sabía si detener el paso o apresurarse. Él se levantó y salió a su encuentro. Sin mediar palabras, abrazó su cintura y buscó su boca que se abrió como una rosa en busca de rocío. Sus cuerpos se apretaron y el beso parecía no tener final.
Suavemente y sin dejar el hueco de su boca, Mauricio la condujo bajo un sauce, cuyas  ramas que caían hasta el suelo, se asemejaban a una  sutil y volátil cortina.
Ambos se dejaron caer sobre el colchón de hojas otoñales sin dejar que sus bocas se separaran.
La cabeza de ella bullía, sus pensamientos zumbaban como si tuviera un panal de abejas.
Tenía sentimientos contradictorios que la envolvían como una crisálida pero el aroma que emanaba de él la embriagaba, sometía su razón y deseaba que  sus brazos no la soltaran para poder seguir sumergida en ese cálido abrazo.
Mauricio desprendió con lentitud los botones de su blusa dejando al descubierto una piel blanca y unos desbordantes senos. Las manos febriles de él comenzaron a recorrerla, a acariciar cada curva de su cuerpo, un cuerpo que lo volvía loco.
Ella se abandonó a las caricias de esas manos tibias, fuertes y suaves que la transportaban a un paraíso que no conocía.
Él quitó el sostén y sus cuerpos ardientes se fundieron. La luna hizo camino entre la redondez de sus pechos, se deslizó sobre el vientre agitado y descendió hasta la humedad que brillaba entre sus muslos.
Los gemidos entrecortados de Mayra y las palabras  de amor de Mauricio se perdieron entre el ulular del viento.
La boca de él se llenó del néctar de unos pezones que clamaban caricias y el interior de ella sintió un torrente caliente que la invadía, provocándole el espasmo más hermoso de su vida.
La respiración se fue aquietando, las manos sin dejar de acariciar, perdieron fuerza, las bocas se despegaron. Solo sus ojos quedaron unidos en una mirada, en preguntas que no tenían respuesta.
Se abrazaron en silencio, se besaron tiernamente y entrelazaron sus piernas, sintieron el contacto suave de sus vientres y la laxitud de esas dos entidades que se entregaron al amor, con deseo, sin pudor.
La luna traviesa se escondió mientras cubrían sus cuerpos .Él le arreglaba el cabello, quitando algunas hojas secas, ella acariciaba su rostro y lo observaba fijamente, como no queriendo olvidar nada.
—Me llamo Mayra, dijo  sin dejar de mirarlo y soy casada.
—Soy Mauricio, no me importa tu estado, yo también soy casado, pero hacía tiempo te esperaba.
—¿Me esperabas? ¿Alguna vez nos habíamos visto?
—No, nunca, pero sabía que existías y que el día que te encontrara serías por siempre mía.
—¡Qué locura! No entiendo cómo pude hacer esto. No soy una cualquiera.
Por supuesto que no, vos inconscientemente me estabas esperando. El temblor de tus labios  no delataba temor sino deseo. Tu orgasmo me hizo sentir que me necesitabas, que hacía tiempo no gozabas de esta manera.
—Sí, es cierto, dijo Mayra ruborizándose. Pero me siento aturdida. Nunca pensé que me ocurriría algo así.
—Es tarde y me esperan.
— A mí también.
—Volveremos a encontrarnos, soy tan tuyo como vos mía, volveremos y haremos del amor una eterna epifanía.
Y sin más palabas se besaron nuevamente. Las manos de él se introdujeron bajo su blusa y acariciaron sus senos ocasionando en ella un suave gemido.
Tomaron caminos diferentes, pero la luna los acompañó a ambos.
—Llegás tarde, le dijo su marido  cuando abrió la puerta. Estaba preocupado. No me gusta que cruces ese parque sola a estas horas.
—Uy, ¡Qué miedo¡, respondió Mayra con sorna. A ver si me come el lobo.
—Nunca falta algún depravado.
—O algún loco de amor, dijo ella sonriendo.
Miró a su marido a los ojos, como pensaba no podría hacerlo. Pero pudo y no sintió remordimiento.
Ese momento, ese sublime acto de amor, sería su mayor secreto y su gran felicidad. Nunca nadie la había hecho sentir así. Se sintió mujer por primera vez. Se sintió amada y deseada como nunca lo había sido.

El agua se desliza por su cara y recorre cada centímetro de su piel. Pasa las manos por sus pechos, por sus muslos, por su boca.
-¡Qué sueño maravilloso¡ ¡parecía real!
Y sonríe mientras su cuerpo experimenta el placer de ese goce inesperado
—¡Ojalá volviera a soñar así! Nunca me había sentido mejor. ¡ Y era tan lindo!
Al salir de la ducha se encamina al dormitorio. Se sorprende al ver sobre la almohada unos pedacitos rotos de hojas ocres y doradas.



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