jueves, 1 de marzo de 2018

AMOR EN LES FESTES DE SANT JOAN

Hace unos días tuve la alegría y el honor de que mi relato haya sido elegido segundo en el certamen que anualmente se realiza en Alicante.
La foto es el momento preciso en que el Presidente del Jurado le hace entrega de mi premio a un colega residente allí.
Aquí dejo la historia ganadora. (Segundo lugar)


Muchos años pasaron desde que, con el entusiasmo de la juventud, decidió hacer un largo viaje, que la depositó frente al Mediterráneo, en la bella ciudad de Alicante, para celebrar allí la presentación de un nuevo libro y, festejar las <<Fogueres de Sant Joan>>. En ese lugar, casualmente se enamoró por primera vez de un dulce muchacho de mirada pícara que nunca olvidó. Fue su primer amor, fue el que delicadamente le enseñó a besar, fue el que despertó en ella sensaciones que nunca más experimentó. Pero la magia terminó, las hogueras se apagaron, y aunque ellos no lo supieran, dejaron en ambos una chispa encendida que ni el tiempo ni la distancia pudo apagar.
Cada uno regresó a su hogar, a su vida de siempre y el tiempo pasó. La nieve de muchos inviernos cubrió sus cabellos y muchos otoños dejaron nervaduras en la antes sedosa y tersa piel.
En las noches de insomnio ella recuerda aquel encuentro y siente aún el temblor en el cuerpo al pensar en esa noche de pasión, con aquel que fue y será por siempre su único amor, aunque ambos hayan tomado caminos diferentes. Tal vez él también la recuerde. Desearía que fuera así.
El avión procedente de Argentina, previa escala, deposita a Brisa en Alicante.
Mientras recorre con el taxi el camino hacia el hotel, no deja de maravillarse con la belleza de ese lugar del que tanto ha escuchado hablar a su abuelo.
El chofer va haciendo las veces de guía turístico:
—A su izquierda señorita, tiene usté el Monte Benacantil donde no podrá dejar de visitar el Castell de Santa Bárbara.
—Maravilloso— contesta Brisa con los verdes ojos iluminados, recorriendo ese monte de aristas irregulares que le trae el recuerdo del color ocre de las mesetas patagónicas, de donde provienen sus ancestros.
—El Castillo es un símbolo de nuestra ciudad, corona la cumbre del monte.
—Ah, sí, cada lugar tiene algo especial. Donde mi abuelo pasó su niñez y adolescencia, en el sur argentino, en una ciudad costera, el ícono es un faro, él siempre lo recuerda con nostalgia. Cuando miro sus ojos, veo pasar por ellos muchos recuerdos y se le humedecen cuando me habla de ellos.
—Viene usté a presenciar <<Les Festes de Sant Joan>>?
—Sí, sí, contesta Brisa girando la cabeza para admirar el azul profundo y maravilloso del mar.
—Es un espectáculo digno de ver, los alicantinos agradecemos la presencia de los turistas y yo espero que disfrute de una noche mágica. Quién sabe, tal vez entre el calor de las hogueras, la algarabía de la gente, las risas y cantos alegres, encuentre el amor—dijo el sonriente conductor.
—Mmm… estoy entusiasmada con las fiestas, mi abuelo me ha hablado siempre de lo alegres y coloridas que son, pero eso de encontrar el amor… no, no estoy buscando nada y no creo encontrarlo aquí.
—Nunca se sabe niña, el amor se esconde en cada recodo del camino y tal vez brote como una llamarada y se instale en su corazón.
Ambos ríen mientras a su paso desfilan las colinas que contrastan con el azul intenso del Mediterráneo.
Brisa se hospeda en el hotel y duerme profundamente después de un viaje tan largo.
Casi del otro lado del mundo, Agustín aborda el vuelo que desde Sydney, previas escalas, lo depositará en Alicante. La primera vez que este esbelto muchacho rubio de grandes y profundos ojos claros salió de su ciudad natal, lo hizo en compañía de sus padres y abuela. Viajaron muy lejos, a ese país llamado Argentina, donde tiene parte de sus raíces y de su historia. Esta vez, emprendía un largo viaje, pero lo hacía solo, acompañado por relatos escuchados y entusiasmado por vivir esa experiencia que tantas veces la abuela le había contado.
Esa abuela lo había convencido de que participara de esos festejos espectaculares, que se remontan a tiempos pasados, donde los labradores celebraban el día más largo del año para la recolección de las cosechas y la noche más corta para la destrucción de los males. Así recuerda Agustín las historias escuchadas.
Después de casi un día viajando, llega a su destino, que lo recibe mostrándole sus montes rocosos, sus barrancos, vaguadas y sus ramblas, además de sus maravillosas playas y calas.
—Tiene razón mi abuela—, piensa Agustín mientras el bello paisaje desfila raudamente ante sus ojos, esta tierra es bellísima.
Al llegar al hotel y luego de un reconfortante baño se desploma sobre la cama hasta el siguiente día.
Todo está preparado ese 20 de junio en Alicante. Desde temprano comienza la “plantá”. Cada hoguera está siendo armada, colocada en cada barrio, para que todos puedan verlas y admirarlas antes de la “cremá”. Inmensas, coloridas, llenas de creatividad.
Los turistas y los lugareños sienten un placer especial al ver quemarse los ninots, creen que de alguna manera se desprenden de malas vibraciones, se purifican. Los muñecos tienen un aire satírico que predispone a todos al buen humor, a comentarios jocosos y a risas compartidas. Las <<Bellea del Foc>> de cada barrio, son admiradas por sus típicos y costosos vestidos y por su singular belleza.
Brisa recorre embelesada cada rincón, no puede creer la alegría que allí reina, todo está impregnado de una energía que se transmite por el aire y hace que el cuerpo dance al ritmo de la música contagiosa que ofrecen las diferentes bandas. Las “portadas” de cada barraca iluminan su rostro y dibujan una mueca de admiración al ver tanta imaginación puesta en la elaboración de las mismas, y el atractivo que ofrecen a la vista.
Agustín, repuesto del viaje, degusta una bebida tradicional en una barraca popular, denominada por los alicantinos <<paloma>> .
Son días de bullicio, de fiesta inolvidable.
Cada uno por su lado recorren la ciudad, se emocionan ante el espectáculo de la ofrenda floral a la Virgen de los Remedios y se asombran ante el estruendo que produce la <<mascletá>>.
Son cuatro jornadas intensas hasta el final, cuatro días de festividad que quedan grabados para siempre como un espectáculo increíble.
El 24 de junio, cuando el sol comienza a esconderse, la gente se va agrupando alrededor de los ninots, esos monumentos confeccionados con cartón y madera, de características burlescas, esperando la famosa cremá que se producirá a las 12 de la noche.
Brisa y Agustín se encuentran entre esa multitud. Ella ha perdido el abrigo. Agustín tropezó con él y lo colocó en alto, para ver si aparecía la persona que lo había perdido.
—¡Es mío, es mío!— escucha a sus espaldas. Se da vuelta y ambos quedan mirándose, y, en la profundidad de esos ojos claros, una chispa se enciende.
—¡Qué suerte que lo encontraste!—dice Brisa sonriente mientras Agustín queda petrificado ante su belleza y simpatía.
—No eres de aquí, ¿verdad?—pregunta el muchacho ya repuesto del impacto.
—No, contesta Brisa, soy argentina, pero vos tampoco sos de acá.
—No, soy australiano, pero mis abuelos y mi padre son argentinos. ¡Qué casualidad!
—¡Ah! Entonces conocerás bien mi país, habrás ido varias veces. Hablas bastante bien el castellano
— Sí, claro, he ido un par de veces, pero es un viaje demasiado largo y no hay muchas oportunidades de hacerlo. En casa hablamos mucho en español, aunque mi gramática es fatal.
—¿Cómo se te ocurrió venir a ver este espectáculo?,—pregunta Brisa mientras mira la hora en su móvil.
—Mi abuela siempre habla de las tradicionales hogueras alicantinas. Ella estuvo aquí hace muchos años y tiene recuerdos maravillosos de esta celebración. Siempre me dijo que debería verlas, aunque fuera una vez en la vida, que lo hiciera por ella.
—Otra casualidad, mi abuelo también tiene recuerdos muy hermosos de una vez que vino a presenciarlas y estaba muy feliz de que yo hubiera decidido venir.
—¿Cenaste ya?—porque yo estoy sintiendo ruidos en el estómago y ese olorcito que viene de las barracas me estimula el apetito— dice la muchacha mientras se frota el estómago.
—Buena idea, contesta Agustín. Busquemos algún lugar donde probar la coca y tomar anís con hielo.
Ambos, imbuídos de una alegría inigualable, con los rostros alegres y sonrojados por la ansiedad de esa juventud maravillosa, se sientan a degustar las típicas comidas de esas celebraciones :<<soparet alicantí>> y <<coca amb tonyina>>
Conversan sobre sus vidas, encuentran muchas coincidencias y afinidades.
Ambos son amantes de la lectura y gustan de escribir. Ella es médica y está escribiendo sobre temas pediátricos. Él, abogado, está escribiendo sobre historia de los pueblos originarios.
Comparten el gusto por la naturaleza, por los viajes y por todo lo que tenga que ver con lo humanístico.
—Ahora que hemos saciado nuestro apetito, vayamos a ver los fuegos—dice Brisa llena de entusiasmo, tomando a un desprevenido Agustín de la mano.
Los dos corren hacia donde el gentío baila y canta y se contagian con esa música y esa alegría. Las calles desbordan de gente, las fogatas encendidas dan a la ciudad un aspecto imponente y los jóvenes se mezclan a cantar y bailar entre la multitud que colma la calle Alfonso el Sabio, donde destaca la hermosa portada de la barraca “Les Chuanos”. Allí, Brisa y Agustín, como el resto de los jóvenes, piden deseos y se detienen a mirarse con los ojos encendidos de alegría, y de algo más que iba despertando en esa inolvidable noche de junio.
—¿Sabes que si nuestros deseos son pedidos con mucha fuerza y fe se cumplirán?
—Cerremos los ojos entonces y pidamos que la vida nos permita la magia de un nuevo encuentro.
Y así, abrazados y en silencio, elevan desde lo más profundo de sus corazones ese romántico pensamiento.
El Ayuntamiento, San Blas, Benalúa, calles que recorren admirando a los ninots, abarrotadas de gente y de ruidos y el fuego que danza despidiendo chispas rojas, amarillas y azules, son testigos ocasionales de confidencias, de besos y caricias en esa noche que no desean que llegue a su fin.
Él la mira y tomando su cara entre las manos, deposita un suave pero apasionado beso sobre los labios de esa hermosa niña de la que ya se ha enamorado.
Brisa se sorprende, pero entrelaza sus brazos alrededor del cuello de él y responde con emoción a ese beso que le quema y le recorre el cuerpo. Se miran con algo de incredulidad por el hecho producido.
—Sentí necesidad de besarte, de decirte que tus ojos me hechizaron y que
el calor de estas hogueras me impulsan a decirte, sin equivocarme, que te amo. Decirte que esperaré el tiempo necesario para que volvamos a encontrarnos, decirte que te tengo desde este momento en mi corazón para siempre—. Ella sonrío tímidamente primero y luego, una carcajada salió de su boca.
—No puedo creerte, recién nos conocemos
—Sí, es cierto, pero algo mágico despide esta candelada y me hace comprender que me enamoré perdidamente de esta maravillosa mujercita que esta noche tan especial y brillante ha puesto en mi camino
—Ella lo mira con ternura y le acaricia el rostro suavemente.
—Dejemos que el tiempo decida, no olvidemos que la distancia que nos separa es mucha.
—Es cierto, pero estoy seguro que no podré olvidarte y que la lejanía acrecentará mi amor.
Volvieron a besarse apasionadamente en esa fascinante noche, donde las hogueras que sirven para purificar y dar más fuerza y energía al sol, les transmitían el poder especial del amor.
El amanecer de un nuevo día los ubica en la realidad. Con los zapatos en la mano emprenden el regreso al hotel, después de una maravillosa noche.
El desayuno es casi silencioso. Los ojos claros de los enamorados están velados por las lágrimas y una sombra de tristeza se ve dibujada en sus rostros.
—¿Cuándo podremos volver a encontrarnos?—pregunta él con voz temblorosa.
—No lo sé… es imposible poder fijar una fecha. Estamos demasiado lejos.
—Nada es imposible si crees. Mi abuela siempre me dice eso.
—Sí, puede ser, contesta Brisa enjugándose las lágrimas que no puede contener.
Se levantan y tomados de la mano cruzan el hall del hotel. Allí, en un rincón, un gran globo terráqueo destaca entre floreados sillones.
—Vení, dice ella con una tenue sonrisa. Se acercan al adorno y Brisa continua diciendo:
—Hagamos girar el globo, cerremos los ojos y coloquemos un dedo, donde se apoye, en ese lugar nos encontraremos.
Y así lo hicieron. Al abrir los ojos, grande fue su sorpresa al ver el destino: Caribe.
Ríen los dos a la vez y se abrazan llenos de esperanza.
—Le diré a mi abuela que me acompañe, ella tiene recuerdos hermosos de algunas paradisíacas playas. Siempre cuenta que nunca podrá olvidar un viaje en especial, con ese mar turquesa, con la luna marcando un sendero de plata y las blancas arenas hundiéndose bajo sus pies. Además, me gustaría que te conozca, estoy seguro que le vas a encantar, como ella suele decir.
—Muy buena idea Agustín. Tal vez mi abuelo me pueda acompañar. Él en su juventud también disfrutó de muchas playas y sé que el agua cálida le satisface mucho. Cuando le cuente nuestro romance también querrá conocerte, ¡porque es celoso de mí!
—Mi abuela no sé si es celosa, tal vez en algún momento de su vida lo haya sido. Pero de vos, Brisa, no tendrá celos, porque estoy seguro que pensará que sos la novia ideal.
Y diciendo esto, se besan con la fuerza del amor recién nacido, con la rabia de tener que alejarse, mezclando lo salobre de las lágrimas con la dulzura de sus labios.
Cada uno emprende el largo regreso a casa. Dos aviones dándose la espalda, dos jóvenes esperanzados con un nuevo encuentro: 5 de mayo. Casi un año debían esperar.
Durante ese tiempo, sin duda habrá cientos de horas pasadas acariciando un teléfono como si fuera la mano del ser amado, muchos días de risas y también de llantos, pero no morirá el deseo de un nuevo encuentro, deseo que se agigantará en el tiempo y la distancia.
Ambos se duermen con una sonrisa, recordando las promesas, soñando con el mañana.
En ningún momento ninguno preguntó, el nombre de sus abuelos.


Junio, 2016.-



 Felipe Grisolía recibiendo mi premio en la cena.
Diploma otorgado

2 comentarios:

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