SEGUNDO MICROCUENTO
Había una vez una dulce niña que de pronto se encontró con el hombre amado.
No pueden explicar que pasó, no entienden cómo el amor surgió de esa manera vehemente y desesperada.
Vivieron prodigándose palabras cariñosas en los días en que la distancia los mantenía alejados.
Ella despertaba cada mañana con ese Hola Princesa tan deseado y ese sol, su sol, iluminaba su rostro y le encendía una sonrisa que perduraba todo el día.
Se encontraban furtivamente algunas tardes, tomaban un café, se prodigaban tiernas miradas, se acariciaban las manos e intercambiaban recuerdos y chocolates.
Miraban anhelantes esas bocas húmedas, sedientas de besos prohibidos y deseaban unir sus labios. Pero no podían, todas las miradas recaerían sobre ellos.
Un día se dirigieron a un gran Parque y sentados bajo la sombra de un frondoso árbol se miraron dulcemente y primero con suavidad, luego con la furia de un volcán, se besaron como si volvieran a ser adolescentes.
Varios encuentros se suscitaron, hubo besos y caricias, pasión y fuego, deseo contenido y promesas que volvió a llevarse el viento.
Porque un gran viento volvió a soplar del sur y soltó a la Princesa de la mano de su amado.
La llevó lejos y la dulce niña tantas lágrimas derramó que se convirtió en Sirena.
Dicen que en las noches oscuras, bajo la intermitente luz de un faro, se oye el llanto de una sirena que clama por el beso de su amor para volver a ser Princesa.
No pueden explicar que pasó, no entienden cómo el amor surgió de esa manera vehemente y desesperada.
Vivieron prodigándose palabras cariñosas en los días en que la distancia los mantenía alejados.
Ella despertaba cada mañana con ese Hola Princesa tan deseado y ese sol, su sol, iluminaba su rostro y le encendía una sonrisa que perduraba todo el día.
Se encontraban furtivamente algunas tardes, tomaban un café, se prodigaban tiernas miradas, se acariciaban las manos e intercambiaban recuerdos y chocolates.
Miraban anhelantes esas bocas húmedas, sedientas de besos prohibidos y deseaban unir sus labios. Pero no podían, todas las miradas recaerían sobre ellos.
Un día se dirigieron a un gran Parque y sentados bajo la sombra de un frondoso árbol se miraron dulcemente y primero con suavidad, luego con la furia de un volcán, se besaron como si volvieran a ser adolescentes.
Varios encuentros se suscitaron, hubo besos y caricias, pasión y fuego, deseo contenido y promesas que volvió a llevarse el viento.
Porque un gran viento volvió a soplar del sur y soltó a la Princesa de la mano de su amado.
La llevó lejos y la dulce niña tantas lágrimas derramó que se convirtió en Sirena.
Dicen que en las noches oscuras, bajo la intermitente luz de un faro, se oye el llanto de una sirena que clama por el beso de su amor para volver a ser Princesa.
Enero, 2016.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario