Mi humilde homenaje, al Faro San Jorge, que acompañó parte de mi vida.
“La oscuridad reina a los pies del faro”
(Proverbio japonés)
Este relato, fiel a muchos años de mi existencia, lo dedico con cariño
a todos mis familiares y amigos que habitan y/o habitaron nuestra lejana
Patagonia, porque sin duda, este faro, nuestro faro, los habrá acompañado y
acompañará en muchos momentos de la vida.
A mis amigas no patagónicas
Anaí y María, que me estimulan, guían y alumbran como el faro.-
APAGUÉ
LA LUZ…
oscuridad, silencio, paz.
Acomodé la cabeza sobre la almohada, sentí
el peso de mi cuerpo aplanarse sobre el colchón y una increíble sensación de
bienestar se apoderó de todo mi ser. Me sentí liviana, integrada al negro
espacio, sin peso, sin sombra, disfrutando de esa quietud, de esa oscuridad tan
anhelada, porque cuando la luz se apaga, se encienden los recuerdos y entonces
la mente divaga.
Las pupilas al
dilatarse comenzaron a distinguir algunos resplandores y fue entonces cuando
divisé una tenue luz amarillenta que se filtraba por las hendijas de la
persiana. Era una luz suave, intermitente, que encendió en mi mente recuerdos
dormidos, recuerdos de infancia, olores salobres de mar y de viento.
Entrecerré los ojos y
en la quietud de la noche me pareció escuchar el característico sonido de
aquella máquina que pasaba películas en mi niñez. Y de pronto, como si de una
película se tratara, me encontré en mi barrio, Km 8, en una casita muy alejada
de las demás: la mía, la de mis padres, la que guarda páginas importantes de mi
vida.
Estaba separada del
resto, muy solitaria, por lo que llegar hasta allí significaba recorrer un
largo camino, avanzando encorvada para que el viento, que soplaba sin prisa
pero sin pausa, no me derribara.
La arenisca que volaba
golpeaba las piernas, el rostro… ardía… dolía, y el camino parecía cada vez más
largo.
Cuántos días y cuántas
noches transité ese camino que es un trozo de mi historia de niñez y
adolescencia. Cuántos
vientos me azotaron, cuántos miedos me asaltaron, cuántos pensamientos, cuántas
risas, cuántas lágrimas se escurrieron entre los pedruscos, entre las secas
matas, entre las pequeñas dunas.
Pero en la oscuridad de las noches, cuando el viento helado hacía
correr lágrimas por mis mejillas, siempre tuve un fiel compañero, que me
alentaba a seguir, a llegar a la calidez del hogar. Tímido y distante, con un
solo guiño acompañaba mis pasos y su luz se agrandaba al acercarme al destino. Testigo
mudo de mis charlas solitarias, confidente leal de mis secretos, fue esa luz
que alumbró mi camino y que con el correr de los años se convirtió en un
increíble y gran amigo.
¿Qué hubieran sido sin vos mis largas caminatas? ¿Qué hubiera sido de mí
en esas soledades desiertas? ¡Cuán largo hubiera sido el camino sin tu luz que
me acompañaba!
Y en las noches de insomnio cuando todos dormían, me acurrucaba en una
silla frente a la ventana y te contaba mis ansias y te entregaba mis lágrimas y
como un hada buena sentía tu luz bañar mi rostro y mitigar mis penas.
Pero también hubo días en que te entregué mil risas, en que te conté
alegrías y estiré mis brazos para estrechar tu luz en un apretado abrazo.
Cuántas pasiones y cuántas aventuras encerrará tu luminosa mente,
cuántas lágrimas y sonrisas habrá iluminado tu corazón valiente. Porque siempre
estas enhiesto y presente y jamás dejas de alumbrar el alma de los caminantes,
de los trasnochados, de los aventureros, de los amantes.
En el silencio de la noche, en la penumbra de la habitación, sentía lejano
el rugir del mar e imaginaba las fuertes olas de crestas blancas y espumosas
golpear con fuerza el acantilado donde, siempre atento soportas los embates del
agua y del viento.
Allí, a los pies del gigante, donde la oscuridad reina, se desatan
volcanes de espuma y sonidos que quiebran el silencio de un pueblo dormido y,
en lo alto tu luz sigue girando, implacable, alumbrando al solitario, al navegante, al
bohemio errante.
Hoy estoy muy lejos pero tu recuerdo es una nostalgia y cuando te veo
recortado en un azul cielo, siempre atento, siempre esbelto, tu imagen me trae
infinidad de recuerdos.
Gracias faro de mi infancia por ser mi compañero, por darme valor y por
no abandonarme nunca en ese solitario camino.Gracias por ser parte de mi vida,
por ser ese incondicional amigo que trae resplandor, esperanza y compañía.
La oscuridad de la noche me trajo este recuerdo tan querido porque en
la negrura de los cielos comodorenses, él era mi guía, mi luz en el camino.
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El fuerte sonido de una motocicleta rompe en girones el silencio de la
noche y con un estremecimiento desvanece los recuerdos y con ellos tu luz
fulgurante y tu silenciosa figura.
En la oscuridad del cuarto, en la calidez del lecho, busco la mano de
mi esposo que duerme plácidamente, sin darse cuenta que por un momento me he
escapado en el tiempo, he regresado a la infancia, he percibido emociones y
sensaciones arrinconadas pero nunca olvidadas, sin advertir que esa luz que se
filtra tenue por la ventana e ilumina su tranquilo descanso, es la luz de mi
faro, es la luz de una vida que se quedó en el tiempo y que vuelve como un
travieso fantasma.
Así surgen los recuerdos, así nos llenan de nostalgia y de alegría,
porque ellos, los recuerdos, son duendes que silenciosos aparecen cuando LA LUZ
SE APAGA.
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