martes, 27 de noviembre de 2018

EL FARO


Mi humilde homenaje, al Faro San Jorge, que acompañó parte de mi vida.




“La oscuridad reina a los pies del faro”
(Proverbio japonés)



Este relato, fiel a muchos años de mi existencia, lo dedico con cariño a todos mis familiares y amigos que habitan y/o habitaron nuestra lejana Patagonia, porque sin duda, este faro, nuestro faro, los habrá acompañado y acompañará en muchos momentos de la vida.
A mis amigas no patagónicas Anaí y María, que me estimulan, guían y alumbran como el faro.-

APAGUÉ LA LUZ… oscuridad, silencio, paz.
     Acomodé la cabeza sobre la almohada, sentí el peso de mi cuerpo aplanarse sobre el colchón y una increíble sensación de bienestar se apoderó de todo mi ser. Me sentí liviana, integrada al negro espacio, sin peso, sin sombra, disfrutando de esa quietud, de esa oscuridad tan anhelada, porque cuando la luz se apaga, se encienden los recuerdos y entonces la mente divaga.
Las pupilas al dilatarse comenzaron a distinguir algunos resplandores y fue entonces cuando divisé una tenue luz amarillenta que se filtraba por las hendijas de la persiana. Era una luz suave, intermitente, que encendió en mi mente recuerdos dormidos, recuerdos de infancia, olores salobres de mar y de viento.
Entrecerré los ojos y en la quietud de la noche me pareció escuchar el característico sonido de aquella máquina que pasaba películas en mi niñez. Y de pronto, como si de una película se tratara, me encontré en mi barrio, Km 8, en una casita muy alejada de las demás: la mía, la de mis padres, la que guarda páginas importantes de mi vida.
Estaba separada del resto, muy solitaria, por lo que llegar hasta allí significaba recorrer un largo camino, avanzando encorvada para que el viento, que soplaba sin prisa pero sin pausa, no me derribara.
La arenisca que volaba golpeaba las piernas, el rostro… ardía… dolía, y el camino parecía cada vez más largo.
Cuántos días y cuántas noches transité ese camino que es un trozo de mi historia de niñez y adolescencia. Cuántos vientos me azotaron, cuántos miedos me asaltaron, cuántos pensamientos, cuántas risas, cuántas lágrimas se escurrieron entre los pedruscos, entre las secas matas, entre las pequeñas dunas.
Pero en la oscuridad de las noches, cuando el viento helado hacía correr lágrimas por mis mejillas, siempre tuve un fiel compañero, que me alentaba a seguir, a llegar a la calidez del hogar. Tímido y distante, con un solo guiño acompañaba mis pasos y su luz se agrandaba al acercarme al destino. Testigo mudo de mis charlas solitarias, confidente leal de mis secretos, fue esa luz que alumbró mi camino y que con el correr de los años se convirtió en un increíble y gran amigo.
¿Qué hubieran sido sin vos mis largas caminatas? ¿Qué hubiera sido de mí en esas soledades desiertas? ¡Cuán largo hubiera sido el camino sin tu luz que me acompañaba!
Y en las noches de insomnio cuando todos dormían, me acurrucaba en una silla frente a la ventana y te contaba mis ansias y te entregaba mis lágrimas y como un hada buena sentía tu luz bañar mi rostro y mitigar mis penas.
Pero también hubo días en que te entregué mil risas, en que te conté alegrías y estiré mis brazos para estrechar tu luz en un apretado abrazo.
Cuántas pasiones y cuántas aventuras encerrará tu luminosa mente, cuántas lágrimas y sonrisas habrá iluminado tu corazón valiente. Porque siempre estas enhiesto y presente y jamás dejas de alumbrar el alma de los caminantes, de los trasnochados, de los aventureros, de los amantes.
En el silencio de la noche, en la penumbra de la habitación, sentía lejano el rugir del mar e imaginaba las fuertes olas de crestas blancas y espumosas golpear con fuerza el acantilado donde, siempre atento soportas los embates del agua y del viento.
Allí, a los pies del gigante, donde la oscuridad reina, se desatan volcanes de espuma y sonidos que quiebran el silencio de un pueblo dormido y, en lo alto tu luz sigue girando, implacable,  alumbrando al solitario, al navegante, al bohemio errante.

Hoy estoy muy lejos pero tu recuerdo es una nostalgia y cuando te veo recortado en un azul cielo, siempre atento, siempre esbelto, tu imagen me trae infinidad de recuerdos.
Gracias faro de mi infancia por ser mi compañero, por darme valor y por no abandonarme nunca en ese solitario camino.Gracias por ser parte de mi vida, por ser ese incondicional amigo que trae resplandor, esperanza y compañía.
La oscuridad de la noche me trajo este recuerdo tan querido porque en la negrura de los cielos comodorenses, él era mi guía, mi luz en el camino.
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El fuerte sonido de una motocicleta rompe en girones el silencio de la noche y con un estremecimiento desvanece los recuerdos y con ellos tu luz fulgurante y tu silenciosa figura.
En la oscuridad del cuarto, en la calidez del lecho, busco la mano de mi esposo que duerme plácidamente, sin darse cuenta que por un momento me he escapado en el tiempo, he regresado a la infancia, he percibido emociones y sensaciones arrinconadas pero nunca olvidadas, sin advertir que esa luz que se filtra tenue por la ventana e ilumina su tranquilo descanso, es la luz de mi faro, es la luz de una vida que se quedó en el tiempo y que vuelve como un travieso fantasma.
Así surgen los recuerdos, así nos llenan de nostalgia y de alegría, porque ellos, los recuerdos, son duendes que silenciosos aparecen cuando LA LUZ SE APAGA.








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