Sintió que el frío se colaba hasta sus huesos a pesar de ser verano.
Miró a su alrededor, todo gris, las risas, muecas, las voces, lejanos
sonidos.
Las caricias y los besos se habían perdido y vano había sido el intento
por recuperarlos.
El amor, ese motor que todo lo impulsa, se había hundido, había
naufragado en la cresta de ese mar embravecido que rugía furioso, impotente,
aquel día de verano.
Su vida era plena, había logrado tener más de lo que pensaba, pero no
tenía lo que siempre supuso que era vital, elemental, que nunca faltaría.
Luchó por mantenerlo, por cambiar el orden de los factores para no
perderlo. ¿Realmente luchó? ¿O dejó que la marea lo devorara y lo arrojara a la oscuridad, al silencio, a la soledad?
No tenía la respuesta. Entonces se abandonó al descanso, deseando que el despertar trajera
alivio al alma.
Al dormirse no sabía que al final del sueño encontraría un sol, su sol,
el que a partir de ese momento no dejaría de alumbrarla, de hacerla sonreír, de
devolverle la capacidad de amar.
Un sol que daría color al gris de sus días, un sol que nuevamente la
devolviera a la vida.
Octubre, 2015
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