Por casualidad se encontraron después de
muchos años.
Eran otros, distintos por fuera y por dentro.
Dos adultos que una vez, allá en el tiempo se habían amado sin saber nada del
amor.
Y allí estaban, contándose la vida, esa que separados
habían emprendido, donde habían
germinado hermosas semillas y nuevos retoños.
No dejaban de mirarse, sus manos se
acariciaban con la ternura de aquella inocencia perdida en el tiempo, sus ojos
se buscaban tratando de adivinar algo más a través de las fronteras y los muros
que en sus vidas existían.
Sus labios evadieron el contacto perdido en la
distancia, solo suspendido en el tiempo. No volvieron a verse. Ambos sabían que
aquella ceniza resguardada por algo o por alguien, había necesitado solo un
soplo para encenderse con la intensidad de un rayo. Un rayo que los traspasó y
los inundó de un amor ardiente en el otoño de sus vidas.
Un nuevo encuentro y ese beso ansiado, fugaz
pero lleno de urgencia, recorrió esas
bocas que entregaron su humedad y su locura.
Ella lo miró y pensó, mientras un escalofrío
la recorría: “Su increíble dulzura me dejó sin habla”, y se abandonó a la
laxitud de ese maravilloso, deseado y tan esperado beso sin tiempo.
Octubre, 2015
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