Se acercó a la ventana de mi vida, cuando el mundo, con
decretos, con miedos y premuras, corría las cortinas.
Asombrada contemplé su osadía, nada lo detenía.
Sorteaba las rejas que
encierran los juegos de las plazas y forzaba las hendiduras que,
descuidadamente quedaban expuestas al
transgresor.
Me extasié con su
seguridad y su lento movimiento, que no por lento dejaba de envolver todo con
su presencia. Y sentí que mi alma renacía, entre el ostracismo y la oscuridad
de tantos días.
Extendí las manos con
el vano deseo de aprisionarte, pero… te escurriste entre mis dedos.
Cerré los ojos y
sentí, que a pesar del distanciamiento, te animaste a acariciar mi rostro y
poner, con amor, luz en mis cabellos.
Largo rato me
acompañaste burlando el aislamiento y volviste a dejar la esperanza instalada
en mi alma.
Después comenzaste a
alejarte, a dejarme nuevamente sola y desamparada.
Pero lograste dibujar en mi rostro una sonrisa y en mis
ojos el brillo de la pasión renovada.
Prometiste volver cada
mañana, a pintar un arco iris en la gris melancolía , a lograr que las cenizas
de la incertidumbre se conviertan en llama y revivir el calor que se fue
apagando con el correr de las semanas.
Me dejaste un beso
cálido en los labios, recorriste suavemente mi cabello y acercándote al oído
murmuraste:
—No sufras niña mía, recuerda siempre que… el sol nunca
migra.
“El sol
saldrá. Esto también pasará.”
(Dicho
persa)
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