Los labios agrietados, faltos de la
humedad de su boca. Las lenguas, inertes, dentro del oscuro escenario donde
solían danzar con frenesí.
El cuerpo, estremecido ante el
recuerdo de su boca ansiosa recorriendo el hueco de su cuello, mientras las
traviesas manos bordean las curvas de sus senos, y se posan ansiosas sobre el
pubis mullido.
Y así, llegando al
paroxismo del deseo, los cuerpos se agitan, dejando escapar jadeos y gemidos,
como poseídos.
Han quedado separados. Distantes en
espacio y en tiempo.
En completa soledad, añorando otros
momentos, soñando con caricias que se convierten en recuerdos.
Pero el amor es muy fuerte, ha
sorteado tormentas, ha padecido desencuentros.
Entonces, aunque el que intenta
separar tenga corona, ni él ni nadie podrá destronar ese amor que nace desde la
profundidad del alma y se instala con vehemencia para nunca ser desterrado.
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